-Me perdí del grupo, pero no he conseguido localizarle- musita Miguel entre labios intentando aguantar las lágrimas y de reprimir tantas palabras que no es capaz de decir desde hace mucho.
-No pasa nada, mañana ya hablas con ellos- suspira Laura, no le dirige sus cansados ojos azules para evitar soltar lo que pasa por su cabeza, más aún con la cantidad de ginebra que corría por sus venas.
Laura se levanta del viejo banco del paseo. Se detiene. Se gira y busca con la mirada al que, al fin y al cabo es su cómplice de cada aventura. Así lo decidieron ante un altar hace ya año y medio. Detrás estaba él, Miguel, con lágrimas en los ojos. No se lo perdona, ella tampoco. Quién juega con fuego se acaba quemando y él se quemó lo suficiente con la llama de la infidelidad una vez. A punto de caer otra vez.
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