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lunes, 20 de marzo de 2017

Monstruos y parques

Sentía el agua fría entre mis manos, el remanso de paz para el peregrino sin destino alguno. La eterna divagante sin billete de vuelta. Regreso a la realidad a ostias, a palazos en la cara, a patadas en el estómago. La atmósfera me abruma, la forma impuesta que no conoce la libertad. Las previsiones, la estabilidad, la incertidumbre, la costumbre, la pesadez, caen sobre mis tobillos que arrastro hacia el precipicio. Me levanto al borde del abismo y yo, me giro como Orfeo, para volver a caer. Palpo el camino con mis dedos, unas baldosas amarillas que se difumina al atardecer, que se pierden en el futuro y en el ser.


La noche me guía camino a casa, mientras me repito esa canción de los Sonic Youth en bucle. Nunca quise ser la mejor, solo quise ser yo. El hogar es donde perteneces, me dice el tópico mientras Ulises divaga sin más hogar que aquel que le reconoce a él mismo.

Epílogo II

Vivir tras nada, encontrarlo todo. Precipicio sin fin, cuesta abajo y sin frenos. Busco vivir, soñar, reír. La catarsis llega con el vaso lleno y la música fuerte. La emoción se dispara con el charles y el bombo resonando en el estómago, borrando la culpa, enjuagando las deficiencias con cerveza. Creo en mí, pero ya no creo en ti. Ya no creo en las serenatas nocturnas, ni en los paseos en coche, no creo en la mierda que suena en la radio mientras juegas a ver quién es más bueno de los dos, sabiendo de sobra quién ganaba.

Creo en mí, en mi propia mierda y en el rastro que dejo cada vez que tomo mi camino. Decisiones que relampaguean por mi psique. Atisbos de lucidez en una mente desordenada. Una sonata desafinada, un triste allegro encerrado en la historia equivocada. Fuga hacia la salida fácil, sin emergencias ni estampidas. Rompiendo el dique con la última tromba, que entre las grietas sale lo que se oculta tras la barrera. Siempre con el vaso lleno y la música fuerte.