Sentía el agua
fría entre mis manos, el remanso de paz para el peregrino sin destino alguno.
La eterna divagante sin billete de vuelta. Regreso a la realidad a ostias, a
palazos en la cara, a patadas en el estómago. La atmósfera me abruma, la forma impuesta
que no conoce la libertad. Las previsiones, la estabilidad, la incertidumbre, la
costumbre, la pesadez, caen sobre mis tobillos que arrastro hacia el
precipicio. Me levanto al borde del abismo y yo, me giro como Orfeo, para
volver a caer. Palpo el camino con mis dedos, unas baldosas amarillas que se
difumina al atardecer, que se pierden en el futuro y en el ser.
La noche me guía
camino a casa, mientras me repito esa canción de los Sonic Youth en bucle.
Nunca quise ser la mejor, solo quise ser yo. El hogar es donde perteneces, me
dice el tópico mientras Ulises divaga sin más hogar que aquel que le reconoce a
él mismo.